lunes, 27 de septiembre de 2010

Bicentenario

Celebración árida disfrazada con ropajes multicolor. Sonrisas ingenuas por las calles; unos rostros pintados, bigotes falsos, banderas atadas a los autobuses. La mañana pasa rápido, no se siente como un día de fiesta. Llega la tarde. Llega la noche.


Los años de los otros, no los míos, son sepultados en un zócalo hecho mosaico, hecho un mural, una pintura de mal gusto al estilo de Frida o Diego.


En las casas se prepara la cena. Todo nacional. Mañana habrá que pedir una pizza si nada sobra.


El desfile está por terminar. Empieza la música. Escenarios en todas partes, para llegar a ellos basta con pasar por unos cuantos módulos de seguridad. Tantas voces se alzan como hace dos siglos. Tantas voces en el mismo lugar, al mismo tiempo. Los equipos de sonido hacen que el centro de la ciudad se estremezca.


Falta muy poco, los cadetes, los veo por televisión, se acercan al balcón, entregan la bandera. El otro se asoma con ella, la agita, grita, hace sonar la campana. Luego la regresa y vuelve a su lugar para mirar, diría Dehesa, en forma solemne el espectáculo de fuegos artificiales invadiendo el cielo.


Lo noto. Ha sido un ritual vacío. Queda una sensación de melancolía al pensar en el futuro.


Apago el televisor y me voy a la cama, con la seguridad de que la patria me ha dado unos cuantos días más de descanso.

1 comentario:

Inés Méndez dijo...

Hola!

Me encanto lo que escribiste,es cierto lo que has dicho, de verdad muchas felicidades, sigue asi