Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero
como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero.
A través de un oscuro bosque de ilusionismo
llegarás, si traído por el haz nigromántico
o por el sueño triste de mis ojos…
Pablo García Baena
Los cárteles anunciando novedades, estrenos próximos y promociones de la dulcería. Es fin de semana. Niños saliendo de la siete. Adolescentes entrando a la nueve. Parejas esperando la función de las tres y cinco; todavía les quedan unos minutos para comprar palomitas. Hay grupos de amigos que discuten sobre la mejor película para ver, mientras estorban frente a la fila de la taquilla.
Sentada en la cafetería, con la mirada puesta sobre la pantalla que muestra los horarios. Cuatro treinta y cinco, sala once, clasificación B, le prometió. Acaban de dar las tres. La taza de té entre sus manos se enfría. Afuera llueve; justo al poner el primer pie dentro del edificio las gotas cayeron a su espalda, tiene suerte. Es un mal té, de bolsita, con sabor a naranja artificial, que la deleita realmente al tiempo que calla todo lo que siente, ahogando los gritos de nerviosismo y las ganas que tiene de correr por los pasillos y dibujar sobre el espejo del baño, con su labial, alguna cara sonriente o un grupo de dinosaurios.
En otros tiempos, cuando niño, venía de la mano de mis padres; yo bajaba los escalones a brincos, sonreía a todo mundo, iba de un lado a otro, feliz. Ahora todo ha cambiado y me molesta tanto. Vengo solo cada jueves, a la misma hora de siempre. Pero hoy la he visto al pasar y ella no me ha mirado. La he seguido sin intención de conocerla, sin pretender entablar una conversación absurda. Sólo tengo curiosidad.
Es obvio que tiene una cita con un hombre, de otra manera su aspecto sería más relajado. Se le nota la impaciencia. No deja de ver los boletos que compró, supongo que para ahorrarse tiempo por si él llega tarde. “Cuatro treinta y cinco… clasificación B…sala once…subtitulada…dos entradas”, le dijo la mujer que se los vendió. “Sala once, cuatro treinta y cinco”, le aseguró él. Falta poco. Media hora.
Pero, ¿quién es él? ¿Dónde está? Me pone triste pensar que no seré testigo de un encuentro, sino de una decepción. Tal vez la vaya a dejar plantada. Tal vez le haya pasado algo. Espero no verla llorar.
Me pregunto si en verdad sabe ella quién es él, si en verdad llegará, porque parece que no. Más bien lo busca sin saber en que rostro se esconde; en cada hombre que cruza la puerta hay algo que le llama la atención y al instante pierde el interés. Consulta su reloj. Empieza a verse cansada pero paciente. La función debió haber comenzado hace diez minutos. Nadie se la acerca y el tiempo sigue fluyendo.
Podría, aunque no quiero, ir a saludarla, tratar de halagarla, decir alguna tontería que le haga gracia, intentar conocerla un poco, si ella se deja. Pero no, prefiero no hacerlo. Mejor me levanto y me voy.
Antes se salir, escucho un ruido de zapatillas tras de mí; una mano me toca el hombro. Sé que es ella. Volteo para confirmarlo; en efecto, es ella. Hay algo parecido a la alegría, una sonrisa infantil que se roba mis palabras. Escucho su voz y me sorprende lo que dice:
–Llegas un poco tarde, pero no te fijes, si quieres podemos entrar a la siguiente función, o ir a hacer cualquier otra cosa.
Siento que no puedo hacer nada en su contra, no puedo decirle que no soy yo, sus ojos me lo impiden. Debo seguir el guión, deseo seguir su guión.
–Lo siento, para compensarlo iremos a cenar después de la película.
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