Válgame, que cuando pasan las cosas, pasan sin avisar; y yo que me quedaba tan tranquila, en mi casa, como quien no sabe lo que hay allá, que al cabo ni me importaba este lugar seco y feo, pero que le hacemos si ya nos venimos, para que ponerse finas y decir ‘no’ si ‘sí’.
No que no, dijo mi mamá cuando le dije yo que ya tenia trabajo pero que era bien lejos, de obrera en una fabrica de las grandes y importantes. Y ella lloró cuando me subí al camión con Adela, casi no me deja treparme, parecía que en la mano tenia pegamento y cuando me abrazo no se soltaba. Por fin que se arranca el chofer, como para decir que se hacia tarde y que ya basta de chillar, que el viaje era seguro y que él tenia experiencia en esto, que comprendía a las madrecitas que se despedían sin querer despedirse, pero el horario debe cumplirse, todo eso lo dejó claro sonando el claxon dos veces y las mamás lo supieron interpretar, aunque la de Ade siguió llorando, me contó mi hermana en un mail, hasta después de comer con ellas en el puesto fuera del zaguán, donde vendemos dulces a los niños de la primaria.
En el camino no pasó nada, dormimos casi hasta llegar, bajamos al baño en unas cuantas gasolineras, comimos galletas y fuimos platicando; las dos teníamos miedo de estar solas, sin nuestras familias, solas pero juntas, al menos juntas, como amigas de siempre.
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Que íbamos a bailes, a fiestas de las compañeras, paseamos por los parques, tuvimos novios que nos dejaron, a ella por otra, a mí por sus hijos. Los días de descanso aprovechábamos para ir al mercado y al súper, y llenar el refrigerador que con esfuerzo sacamos a crédito.
No que no, dijo mi mamá cuando le dije yo que ya tenia trabajo pero que era bien lejos, de obrera en una fabrica de las grandes y importantes. Y ella lloró cuando me subí al camión con Adela, casi no me deja treparme, parecía que en la mano tenia pegamento y cuando me abrazo no se soltaba. Por fin que se arranca el chofer, como para decir que se hacia tarde y que ya basta de chillar, que el viaje era seguro y que él tenia experiencia en esto, que comprendía a las madrecitas que se despedían sin querer despedirse, pero el horario debe cumplirse, todo eso lo dejó claro sonando el claxon dos veces y las mamás lo supieron interpretar, aunque la de Ade siguió llorando, me contó mi hermana en un mail, hasta después de comer con ellas en el puesto fuera del zaguán, donde vendemos dulces a los niños de la primaria.
En el camino no pasó nada, dormimos casi hasta llegar, bajamos al baño en unas cuantas gasolineras, comimos galletas y fuimos platicando; las dos teníamos miedo de estar solas, sin nuestras familias, solas pero juntas, al menos juntas, como amigas de siempre.
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Que íbamos a bailes, a fiestas de las compañeras, paseamos por los parques, tuvimos novios que nos dejaron, a ella por otra, a mí por sus hijos. Los días de descanso aprovechábamos para ir al mercado y al súper, y llenar el refrigerador que con esfuerzo sacamos a crédito.
Todos los días era levantarse temprano para salir antes a las cinco hacia la fabrica, pero antes desayunar cualquier cosa. Y trabajar para mandar algo a nuestras casas, porque de nuestros papás nada, ni noticias de ellos teníamos desde chicas. Yo todavía lo vi, pero Ade era la más chica de su casa y el suyo se fue al año de que nació.
Nos sobraba para andar un rato en la plaza y comer un helado, a ella siempre le gustó el de café.
-¡Ay, Brenda! –me dijo una vez antes de dormir- me imagino casada con un hombre alto y guapo, blanco y con algo de dinero, pero que sea bueno, y aunque fuera prieto y feo, o gordito como tu hermano, sin nada más que sus manos, pero que sea bueno y que no me haga lo que le hicieron a nuestras mamás, no sé…verdad que no sé que me pasa pero pienso y pienso que a lo mejor un día conocemos a nuestros amores y que nos casamos en la misma fecha y en la misma iglesia, porque vamos a estar juntas hasta en eso como hemos estado hasta ahora.
Y también yo pensaba en eso y en que a lo mejor tenía razón. Platicamos hasta que se acabaron los programas en la tele y nos dormimos abrazadas, porque no cabíamos muy bien en la única cama y porque ya éramos hermanas desde hace mucho y esa noche nos dimos cuenta.
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La casa no era casa, era un cuarto malhecho que encontramos al siguiente día de nuestra llegada. Lo volvimos cómodo con unas flores y unos pedazos de tela que colgamos para que sirvieran de cortinas. Era bonito llegar del trabajo y cenar juntas, en la mesita y las dos sillas, como para niños de kinder, con el mantel de plástico, de esos que son como de fonda.
A los cuatro meses compramos la tele para ver las novelas y algo de noticias. Los fines de semana veíamos alguna película, de esas que siempre ponen.
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Hoy que no está, me acuerdo de ella, de la Ade. Pero volverá, eso creo. Tiene que volver para que le cuente lo que se ha perdido de la novela. Tiene que volver para hablar a su casa, porque yo ya no sé que decirle a su mamá cuando llama.
Van dos meses y de la Ade ni sus luces. Pero está bien, algo me dice que está bien. Va a volver, lo siento en el corazón. Va a volver y ahí en el tejabán vamos a ver la lluvia como antes de que se fuera. Seguro y vuelve, al menos para decirme dónde se fue y con quién.
Tiene que volver. Va a volver. Puede que mañana entre por la puerta con su risita de tonta y diciendo que me asustó. Sí, eso es. Mañana va a volver porque ya no sé que decir cuando su mamá llama. Porque me siento sola en este lugar y en las noches la extraño; me da miedo que un día me hable la policía y me diga que vaya a identificarla, porque desenterraron a otras de un terreno en el que andaban jugando unos niños cuando uno se tropezó con una mano que salía del suelo, como le pasó a Gaby cuando su cuñada no llegó a recoger a sus hijos.
Pero Ade va a volver, yo sé. Va a volver y ahí en el tejabán, acostadas, vamos a ver la lluvia como antes de que se fuera.
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