sábado, 5 de febrero de 2011

Esta Noche

Me duermo. Es mucho tiempo el que no he dormido. Caigo por fin en un sueño profundo. Nos vemos tan felices ese año. Y corro para alcanzarte antes de que te vayas sin llevarte el libro que te compré hoy, pero, a pesar de mis esfuerzos, no lo logro, ni siquiera escuchas mis gritos.

No importa, ya mañana te podré ver y entregártelo.

En esa noche sufro insomnio, pero es lo normal después de complicar la mitad del día con absurdos y embarcarme en meditaciones irrisorias sobre el uso, a mi parecer incorrecto, de alguna frase que todos entienden menos yo.

Seguida de tambores apareces tú. Con tus alas. Con tu sonrisa. Con cadenas, finas amarras para mis ojos, y un armamento sorprendente en tus palabras que derriban defensas tan buenas como las paredes de la Alhambra.

Huyo, pero no de tus brazos. Huyo, pero no de tus piernas. Huyo, pero no de tu aliento. No de tus manos. No de tu risa. No de tu perfume. No de tu locura. Sólo huyo, sin saber de que.

Tan pronto como alcanzo el árbol, trepo en él, y me siento seguro, acompañado por el viento que atraviesa las ramas y hace que se produzca un tipo de música. Hace que las hojas choquen entre si, que crujan, que cruja todo el árbol. Cada vez más violento se mueve e intento sostenerme lo mejor que puedo, el mayor tiempo posible, hasta que no resisto y me dejo llevar por ese tornado que se ha convertido, para mi, en la vida misma.

Mis manos sangran cuando recobro la conciencia. Polvo en toda mi ropa y rota en algunas partes; algunos raspones en lo brazos, en los codos, en las rodillas; la espalda adolorida, las piernas débiles, los ojos irritados. Sin importar me levanto y camino sin dirección conocida por la razón. Me levanto y trato de mantenerme en pie, con muchos esfuerzos avanzo y encuentro un río.

Sobre mis rodillas descanso y bebo. Interrumpo el viaje del agua para saciar mi sed. Si el reflejo que veo me pudiera responder todas las preguntas que tengo sería el mejor regalo que me diera a mí mismo, sin embargo, no puedo.

Me veo alejándome de mí, y me da igual si se queda inmóvil, sin saber que decir y con ese rostro de tonto, atravesado por la nostalgia de mi pasado, iluminado por los ojos de tu alma, perdido por sus pasos, atrapado en nuestros signos, y los demás lo omiten, no lo ven, no escuchan más que la soledad y tratan de vaciarla en el olvido, de generar emociones sintéticas que puedan darles una mejor visión de sí mismos ante el agua. Pero no lo engañan.

Y yo sigo mi camino, tratando de guiarme con las indicaciones que de tu voz emanaron hace ya mucho. Dejo que mis pies sientan el pasto y me tumbo sobre él, con la intención de descansar un momento.

Cuando abro los ojos, todo es hecho de cemento. Y estoy en mi habitación, tendido en mi cama. Me acerco a la ventana. Esta noche llueve. Llueve sin parar. Lo sabes muy bien, porque tu también lo ves, en algún otro lugar, y sientes lo mismo, te lo aseguro, sientes lo mismo que yo.

Salgo a la calle y todos los rostros cambian a cada instante, son tantos como las gotas que caen. Entre todos reconozco el tuyo. Lo sigo hasta que entra en una tienda de discos. Entro detrás.

Mantengo la distancia adecuada para que no notes mi presencia hasta que yo lo decida.

A pesar de mis precauciones volteas; yo trato de disimular mi presencia revisando las portadas. Te me acercas tan tranquila; cuando alzo la vista ya estás sonriéndome. "hola", me dices. "hola", te digo. Por la calle vamos conversando de cualquier tema que se nos ocurre. A medida que van quedando atrás las calles es como si la luz nos siguiera solamente a nosotros. Pero no, por que también al frente se deja de ver tan claro, tú actúas tan normal, como si nada pasara, tú me conduces a la oscuridad. Todo queda apagado, tu voz baja su intensidad, nos quedamos mudos…

Un grito rompe mis tímpanos, rompe mi prisión, eres tú que vienes a salvarme de ti, de mi. Eres tú, con el resplandor de siempre, que me hace cerrar los ojos y de inmediato encontrarme con tu cuerpo a mi lado, sintiendo tu piel, a la mitad de la noche, cuando en el espejo las sombras juegan a reconocerse.

Entonces se aman, tanto se aman que no salen de si mismos nunca, se atrapan mutuamente y se liberan, mueren juntos. Y yo no dejo de sentir esa necesidad de ella. Y ella eres tú, en los brazos de él. Y él soy yo…

Los dos frente al espejo…

Te escucho a lo lejos, llamándome…

Me despiertas, preocupada por mí, porque entre sueños algo decía y no entendiste nada. Veo tus ojos, como cada mañana, después de tantos años. Veo tus ojos y soy feliz.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta el cuento.
Te amo más.

José Luis Dávila dijo...

En verdad me alegra que te guste. Y ta agradezco tus palabras. A mí me intrigas cada vez más. ¿Podré tener alguna pista, aunque sea mínima, sobre ti?

Anónimo dijo...

Un texto interesante mi estimado amigo ( espero que no le moleste que lo llame así)
Es lento, pero la descripción me recuerda a un mundo donde el romance aún era posible, es hermoso que usted pueda traer aunque sea un poco de ese mundo.
Saludos

José Luis Dávila dijo...

Gracias, mi querido Anónimo, es bueno saber que te gustó el texto y que pienses que es bueno escribir algo así, puesto que muchos lo considerarían algo cursi.

P.d. No me molesta que me llames así.

Anónimo dijo...

Te amo, feliz 14 de febrero.

José Luis Dávila dijo...

Gracias!!! Igualmente te deseo un feliz día. Un abrazo!!

P.d.sería posible que me dieras una pista sobre tu identidad??

Anónimo dijo...

De nada serviría que supieras quién soy.

José Luis Dávila dijo...

¿Por qué no?

Anónimo dijo...

Los secretos son hermosos mientras lo son.

José Luis Dávila dijo...

Sí, es muy posible que tengas razón...creo que respetaré eso y dejaré de preguntar.