La noche del miércoles pasado escuché a dos decimonónicas hablar frente a las cámaras y se rasgaban los vestidos; mientras una rompía la media de la otra, la otra trataba de destrozar el corsé de la primera. Había una tercera y nadie le hacía caso. Yo intenté ver otra cosa pero el morbo me ganó. Qué decir, si parecían gatas más les hubiera servido una alberca inflable llena con lodo.
Una era más liberal, en apariencia; la otra, la rechoncha, quiso que Dios interviniera por ella, pero Dios no se mete en líos de faldas.
Al final, nada, que se quedan como al principio, viéndose feo, clavándose por la espalda el cuchillo para la mantequilla, y sonriéndole a los hombres para parecer más bellas y que algún buen partido las elija, les declare su amor, y ellas se sientan reinas por unos años.
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