Ante mis ojos te evaporas
-y creo en las cosas invisibles
José Emilio Pacheco
Escribo que escribe su vida mediante sus actos, sean buenos o malos, pues en estos días no hay que ser tan ingenuo como para pensar en puntos intermedios. Escribo sobre ella y sus amores, los pocos de los que conozco. Escribo pensando en Xavier, que hace tanto escribió una obra de teatro sobre una mujer que comparte el nombre con la que ahora me ocupa.
Escribo tanto sobre su realidad que ya perdí la mía. Escribo tanto la palabra escribo que me empiezo a convertir en Elizondo. Pero no lo puedo evitar, menos al verme en sus ojos (en los de ella); es que tienen eso que logra apresar en un infinito círculo adictivo. Adicción, eso es; puro placer sensorial que eleva hasta esferas difícilmente comprendidas. Luego, caer en fosos, tan profundos como las miradas que usa para conquistar, de los que no se sale si ella no quiere. Y casi nunca quiere.
Su método es sencillo. Todo se encuentra cimentado en la forma de entablar contacto con el otro; puede ser un roce tímido, o algo directo como una insinuación explícita, una invitación descarada para perseguirla, con la promesa de que si llega a ser alcanzada no habrá limite para el goce.
Primer cuadro
Oscuridad. Sólo una luz (neón, de preferencia) cayendo sobre una mujer que baila, entre muchas más, al ritmo de alguna canción (posiblemente de She Wants Revenge), y alrededor suyo todo lo que al director se le ocurra que puede haber en un bar. También están unos cuantos hombres en grupos, otros solitarios, bebiendo con gusto excesivo, al tiempo que observan atentos la cadera, piernas, brazos, busto, etc., nunca la cara., de la protagonista. Cuando se detiene la música, un hombre se acerca ofreciéndole una copa que rechaza inmediatamente. Se dirige a la barra y se sienta (o a cualquier lugar donde haya una silla) para descansar. Un tipo le hace la corte con palabras bonitas. Otro con un lenguaje más rudo. A ambos los omite al tiempo que bebe un coctel. Cuando vuelve a la pista, los hombres, embobados, regresan a sus puestos de vigilancia, para al menos disfrutarla desde lejos.
Aunque siempre escapa: es su encanto. Su comportamiento obedece al que define Kundera como coquetería, es decir, posibilidad de coito sin garantía. Pero, qué importa si no cumple su promesa, qué más da; basta con saberse enredado en su juego para sentirse satisfecho.
En este punto cabría una pregunta a la que le dolería responder y es ¿por qué lo hace? Yo no tengo idea, hay infinidad de razones, todas conducen por caminos diferentes, hacia distintos puntos de origen; así, mejor le evito (y me evito) pensar en algún antecedente familiar tortuoso, en una decepción amorosa que no se borra o un trastorno digno de ser analizado por Jung.
Segundo cuadro
La protagonista, en una habitación vacía e iluminada parcialmente, se mantiene inmóvil (no importa el lugar) a la vez que en su rostro se va dibujando una mueca de tristeza -esto no debe tardar más de dos minutos- y de inmediato inicia un monólogo sobre cómo le es imposible contar un pasado.
-Los sueños son mentiras perfectas para vivir, sin ellos yo no estaría aquí. Sin ellos, él no me hubiera concebido tal como me ven este día, aquí parada o caminando hacia allá, como lo estoy haciendo. Es difícil aceptar la propia naturaleza, aún más al saberme en un cuerpo prestado, y que al término de la función habré de volver a los renglones. Por eso mismo no tengo pasado; estoy condenada a la circularidad de ser representada. No me imagino sufriendo los mismos recuerdos cada día ante un público que alaba a la actriz sin entender que soy yo a quien ven herida.
La pregunta adecuada sería otra como ¿debería tener un por qué? ¿Por qué? Sin embargo, para toda pregunta relacionada con su vida pasada, o futura, sólo se va. Se va, y al irse no se lleva nada; deja todo a pesar de ser tan fría en el momento de abandonar. Al desparecer, queda su peculiar perfume contaminando el ambiente y el honor de haber sido elegido por la Virgen menos pura que existe.
Virgen la llamo, sabiendo que la lista es larga; se lo ha ganado, nadie mejor que ella para portar el título con dignidad. La frente en alto, los ojos llenos de vida, capaz de sanar almas con una caricia. Un Cristo no podría estar mejor que entre sus brazos. A veces yo quisiera ser ese Cristo, u otro amante espontáneo, para verla desnuda siquiera unos minutos, probar su brillo labial, escuchar sus palabras entrecortadas, o solamente contemplarla por horas, sin moverme, sin tocarla; fundar una religión que la tenga por centro de la creación.
Tercer cuadro
Una cama al centro. Un hombre entre las sabanas al que no se le ve el rostro, leyendo en voz alta un poema (Pasos, de Valéry). Durante el último verso entra ella, pausadamente hasta meterse en la cama, luego, luces fuera. Se oyen respiraciones agitadas. Un gemido largo (de ella), in crescendo. Silencio por un momento Un reflector sobre la cama muestra al hombre dormido y a ella levantándose. Otro reflector la sigue por el escenario hasta que sale, sin hacer el menor sonido.
Lamentablemente, mi deseo no será. No es que no sea real, es que no la conozco. Escribo sobre ella con pura fe, a ciegas. Creo en ella como se cree en un dios, sin verla. La imagino con frecuencia; nunca cambia, no envejece. Quisiera escribir que he pasado las mejores noches y días a su lado; no me atrevo porque no estoy seguro de soportar su partida.
4 comentarios:
Hola,me he dado cuenta usted esta muy enamorado, sospecho que es de la que escribe, me agrado su texto, algo extraño y confuso, esperaré las siguientes partes.
Saludos.
No precisamente, querido Anónimo, sin embargo, sí le guardo cierto cariño. Gracias por seguir leyendo este blog, te prometo que pronto tendré publicado el segundo relato.
Hola, no puedes hacer más grande la letra?, en fin es extraño, no le hayo pies ni cabeza,es interesante, qué es lo que inentaste hcer o lo que hiciste?
Saludos
¿Para qué quieres más grande la letra, Marina? Creo que se vería un poco mal. Con el texto no quise hacer nada, sí es extraño, pero creo que es bueno, aunque mi opinión no sea tan valida.
Publicar un comentario